Llevaba mucho tiempo queriendo escribir sobre la
autoestima, pero la semana pasada publiqué una foto en Instagram con un pequeño
texto y los mensajes que he recibido en distintas redes sociales, tanto
públicos como privados, comentando esa publicación, me han animado a no
retrasar más este post.
Mi hijo Pablo, a punto de cumplir los 14 años, ya
supera los 190 centímetros de altura.
A los pocos meses de vida ya estaba fuera de todas
las tablas y percentiles que a menudo obsesionan a los padres primerizos.
Siempre ha sido excepcionalmente alto y esa
diferencia tan visible con el resto de niños le hizo sufrir mucho en primaria,
sobre todo en los últimos cursos, cuando tuvo que encajar constantes ataques de
compañeros.
Aún continúa su valiente proceso para gestionar
todo aquello, pero su pasión por el baloncesto le ha ayudado a sentirse cómodo
con su altura y ha sido capaz de transformar esa diferencia en una cualidad que
le hace destacar positivamente.
Todos sentimos dificultades para tener una buena autoestima
y es una tarea compleja aprender a conocernos, valorarnos y respetarnos.
No sabemos
querernos.
No nos enseñan a mirarnos desde el cariño cuando
somos pequeños, a conocernos, a buscar qué nos hace especiales y potenciarlo.
Nos educan en la falsa modestia, aprendemos que quererse
a uno mismo o hablar bien de nosotros es un rasgo de alguien vanidoso, narcisista,
presuntuoso y otros cuantos sinónimos peyorativos más.
Ni siquiera somos capaces de aceptar un cumplido en
la mayoría de los casos:
- ¿Este trapo? ¡Anda ya! Si tiene tropecientos años…
- ¡Qué guapo estás!
- Pero si hoy tengo una cara que…
- ¡Qué buen trabajo! ¡Enhorabuena! ¡Qué creatividad!
- Si es una tontería, no me ha costado nada, es muy fácil…
¿Cómo vas a pretender que te quiera bien una pareja
o que te valoren en el trabajo, si tú eres el primero que no tiene fe en ti
mismo y desconoces tu verdadero valor?
La adolescencia es una etapa de muchas
inseguridades y junto con la infancia es crucial para asentar un buen auto
concepto y desarrollar una autoestima sana.
Nuestro cuerpo cambia al crecer en la infancia,
cuando vamos haciéndonos mayores, con un embarazo, tras una enfermedad… En ocasiones
nuestra mente y nuestro cuerpo evolucionan con ritmos desacompasados y si ya nos
cuesta adaptarnos a los cambios, hacerlo con distinto tempo lo complica todavía
más.
Soy especialmente sensible cuando escucho a una
persona decirle a un niño “eres tonto”. No puedo reprimirme y acabo pidiéndole
a la madre, al padre o a quien sea en cuestión, que por favor no le diga eso al
niño, ganándome alguna mirada o palabra castigadora en más de una ocasión por
meterme donde no me llaman.
Pero es que… ¡es tan importante el lenguaje y los
mensajes que lanzamos a los niños! ¡Y nuestra autoestima es tan frágil en
algunas etapas de nuestra vida! Podemos acabar creyéndonos todo lo que nos
dicen, sobre todo, cuando los mensajes vienen de alguien que nos quiere y nos
cuida, una figura de apego.
No debería sorprendernos que encontremos con
frecuencia personas que no se quieren nada, que no saben reconocer su valor y, por
tanto, lo trasmiten en una conversación, en una entrevista de trabajo, en sus
relaciones, etc. Por otro lado, lidiamos a diario con otras quienes aparentan
egos infladísimos y desprenden soberbia a raudales, generalmente en un intento
por esconder varios complejos internos y problemas no resueltos.
¿Qué pasa en el entorno profesional?
En el master de RRHH en el que doy clase, he pedido
este año a los alumnos que hicieran un análisis DAFO de sí mismos y me preocupó
mucho leer que en el 95% de los trabajos coincidían en que la baja autoestima era
una de sus principales debilidades.
Tener problemas de autoestima afecta a nuestra
visión de las cosas y a nuestras relaciones sociales en todas las facetas de la
vida, en el plano laboral, como no podría ser de otra forma, también.
Cuando no tenemos confianza en nosotros aparece la
obsesión por la perfección, nada es lo suficientemente bueno para la aprobación
de los demás. Perdemos tiempo y energía por esa inseguridad y como
consecuencia, baja la productividad.
Somos pesimistas, no valoramos nuestro talento, bajamos
las expectativas, olvidamos nuestros sueños porque no nos sentimos preparados
para conseguirlos y abrazamos el mundo del conformismo.
No asumimos un puesto de mayor responsabilidad o un
proyecto nuevo porque nos invade el miedo o si lo aceptamos, es con una nube de
amenaza de fracaso sobrevolándonos.
Nuestra falta de autoestima y nuestra inseguridad la
huelen desde lejos los compañeros y jefes tóxicos que habitan en las
organizaciones, por lo que intentarán abusar de nuestro trabajo, endosarnos
problemas o utilizarnos como cabeza de turco a la mínima oportunidad.
Amarse a uno mismo es aceptar, cuidar y respetar
por completo todos tus aspectos: tu cuerpo, tus emociones, ser capaz de
identificarlas, y expresarlas; así como convertir tu mente y tus pensamientos en
tus aliados.
No olvides que de acuerdo a cómo piensas, sientes y
según cómo sientes, actúas.
Así que para cambiar tus acciones y comportamientos
debes revisar tus creencias.
Las
creencias también son una zona de confort y te limitan.
Todos tenemos recursos emocionales que a menudo
olvidamos, es importante aprender a identificarlos y utilizarlos.
Vivimos en una sociedad en la que la inteligencia
racional, un canon de belleza o un cv determinado ya no son predictores del
éxito, el reto está en conectarnos con
nosotros mismos para encontrar nuestro potencial, lo que nos hace brillar.
Aprende a mirarte desde el cariño.
Quiérete,
quiérete mucho porque eres el verdadero amor de tu vida.