Mi cuello no es azul.
Mi cuello no es blanco.
Simplemente mi cuello no tiene
color.
Somos diferentes, todos somos
distintos y quienes gestionan personas no deben obviar esta realidad.
Nunca me han gustado las
etiquetas pero desde que empecé a trabajar en el sector industrial he
descubierto una nueva que me desagrada bastante, la distinción entre “blue
collar” y “white collar”.
El término “blue collar” (o
cuello azul) empezó a utilizarse a principios del siglo XX para referirse a los
trabajos manuales en las plantas de acero. Y "white collar" para hacer referencia a los trabajadores de
oficina de los países de Europa y América que casi siempre tenían que vestir
con camisas de cuello blanco. Tradicionalmente se ha entendido que los puestos
de “white collar” son generalmente de mayor prestigio profesional, ya que
requieren mayor cualificación y el desempeño de habilidades mentales.
Con la etiqueta “blue collar” se
ha designado tradicionalmente a los trabajadores que se sitúan en la parte más
baja del organigrama de las empresas, generando un gran contraste con los “white
collar”, término que generalmente engloba a directivos, mandos intermedios y
personal técnico o administrativo.
Hablar de personas implica hablar
de la diversidad que cada una de ellas aporta, no solo con las características
visibles de las mismas sino, sobre todo, con sus diferencias más invisibles de
valores, asunciones, creencias y formas de pensar, interpretar la realidad y actuar.
En todas las empresas,
independientemente del sector, existe
diversidad de edad, cultura, religión, género, etnia, orientación sexual,
idiomas, generación, etc.
¿Acaso importa de qué color sea el cuello de la ropa que se vista?
¿Acaso importa de qué color sea el cuello de la ropa que se vista?
Trabajo en una empresa al lado de
más de 150 personas y sus cuellos tampoco tienen color, sí lo tienen sus sueños
y esperanzas, pero no sus cuellos.
Trabajo en una industria donde cada
persona, a su manera, colabora en el proceso de transformación de una materia
prima en algo increíblemente perfecto, en la distribución y en la
comercialización de ese producto, eso es lo único que importa.
En el momento actual las empresas
deberían prepararse para afrontar una era con nuevas reglas de juego, con diferentes
retos, a la vez que refuerzan y transforman sus culturas organizativas en
culturas de alto rendimiento. El alto desempeño y la diferenciación son la
clave. Gestionar a un grupo diverso y de gente muy creativa es el mayor reto.
Gestionar la diversidad es
conseguir que las diferentes visiones, pensamientos y formas de ser de las
personas de la organización se conviertan en una ventaja competitiva. Supone
entender la diversidad de todos y cada uno de los miembros que la componen como
un valor añadido al negocio y convertirla en una ventaja competitiva.
Ninguna empresa puede ser
innovadora con una reserva de talento homogénea, pensar en niveles de organigrama
me parece ya tan obsoleto...
Es algo común a todos nosotros
rechazar o no prestar la suficiente atención a aquello que no se corresponde
con nuestras expectativas y con lo conocido. Cuando en nuestro contexto
aparecen nuevas realidades tenemos dos opciones: dejarlas pasar o atenderlas y convertirlas
en una oportunidad competitiva.
¿Cómo puedo construir un espacio
empresarial donde la diferencia se rentabilice de forma que los trabajadores se
sientan comprometidos profesionalmente y se logren mejores resultados?
No hay secreto ni fórmula
magistral, tan solo trabajar en la confianza y el respeto. Respeto, ¡qué
maravillosa palabra! Respeto no
significa temor y sumisión, teniendo en cuenta la etimología del término, respicere:
mirar, es la capacidad de ver a una persona como es, tener conciencia de su
individualidad única.
Respetar significa preocuparse
por que la otra persona crezca y se desarrolle tal como es.
Como reflexión de lo que deberíamos hacer todos los que
tenemos equipos que gestionar, nuestra responsabilidad de animar a crecer a
nuestros colaboradores, os dejo esta bella historia:
La mujer pájaro
"Hubo una vez una niña a la que le salieron alas. Brotaron de
sus hombros y al principio eran rudimentarias. Pero crecieron rápidamente, y en
muy poco tiempo tuvo alas de una medida considerable. La gente del vecindario
estaba horrorizada.
- Se las tenéis que cortar- les decían a su madre y a su
padre.
- ¿Por qué? - preguntaban.
- Bueno, es evidente...
– alegaba la gente.
- No – dijo su madre,
y sonó tan rotunda que al final se marcharon.
Pero unas semanas más
tarde la gente regresó.
- Si no se las queréis cortar, al menos recortádselas.
- ¿Por qué? - quiso saber el padre.
- Bueno, al menos demuestra que estáis haciendo algo.
- No – contestaron ambos, y la gente se marchó.
Entonces aparecieron por tercera vez.
- Al menos en dos ocasiones nos habéis despachado -
informaron a la madre y el padre -, pero pensad en esa niña.
¿Qué estáis haciendo con la pobrecita?
¿Qué estáis haciendo con la pobrecita?
- Le estamos enseñando a volar."
Las personas diversas aportan
puntos de vista diferentes para enfocar los problemas, generan alternativas
distintas y ven oportunidades que pasan inadvertidas para los que son
semejantes a ellos.
Ayudad a volar a quienes tengáis a vuestro lado y recordad
que lo único que tiene color son nuestros sueños.
“La civilización es el progreso desde una homogeneidad
indefinida e incoherente hacia una definida y coherente heterogeneidad.”
Herbert Spencer