Siempre he defendido mi fe en las personas. No creo que el ser humano sea malo por naturaleza y a pesar de que haya gente que nos decepciona a lo largo de nuestra vida, merece la pena confiar y mantener la presunción de inocencia, porque los prejuicios y las etiquetas restan oportunidades a las personas.
Pero últimamente tengo el corazón destrozado.
El odio es una enfermedad emocional con un rostro
horrible que se va extendiendo y me parte el alma ver la rapidez de contagio que
está alcanzando en los últimos tiempos.
“Basta con que un hombre odie a otro para que el odio vaya corriendo hasta la humanidad entera.”
Jean Paul Sartre
En 2015 se registraron en España un total de 1.328
delitos de odio, ¡casi cuatro delitos de odio al día!
Aporofobia, creencias o prácticas religiosas, discapacidad,
orientación o identidad sexual, racismo y xenofobia, ideología y discriminación
por razón de género.
¡Espeluznante!
La persona que odia persigue y desea la destrucción
del objeto en el que proyecta su aversión, orienta su vida y su pensamiento a
esa destrucción, genera argumentos para ganar adeptos y justifica pensamientos
y acciones violentas constantemente.
Tristemente lo que mejor saben hacer algunos es
odiar y se retroalimentan de este odio generado en su entorno, reforzando su
carácter, su personalidad y su distorsión emocional.
El rencor y el odio son dos sentimientos muy profundos
que se arraigan y terminan desequilibrando nuestra mente y cuerpo. Porque
cualquier sentimiento negativo que experimentemos, sobre todo si lo hacemos
durante años, termina afectándonos y se vuelve contra nosotros.
¿Qué nos está ocurriendo?
Estos son algunos de los crímenes y ataques de odio
en solo dos semanas:
- La matanza homófoba de Orlando el pasado 12 de junio, la mayor masacre cometida en EEUU desde el fatídico 11 de septiembre.
- Después de que los británicos hayan votado en el referéndum salir de la Unión Europea el pasado jueves, el ya famoso Brexit ha desatado la rabia racista a lo largo de todo el Reino Unido.
- El último ejemplo lo hemos vivido este domingo en las elecciones generales. Donde un proceso democrático ha servido para dar rienda suelta, sobre todo en las redes sociales, a todo tipo de comentarios cargados de desprecio, rabia y violencia sobre cualquier partido, líder político e ideología.
El odio es un sentimiento irracional que se
introduce en una persona plenamente convencida por su razón y su visión de las
cosas y la vida.
“Eso es lo que hace el odio. Te alimenta y
al mismo tiempo te va pudriendo.”
Lauren Oliver
El odio es una sensación negativa que se retroalimenta
y se reproduce constantemente, necesita confirmarse de forma constante, llega
incluso a cohesionar grupos que comparten un mismo objeto al que aborrecer. Pero
no nos confundamos, el odio no llega de la noche a la mañana, sino que va
creciendo y se va gestando dentro despacio, en la sombra.
La presencia cotidiana del odio nos lleva tristemente
a normalizarlo en ocasiones como parte inherente al ser humano. La excesiva
permisividad con la que se toleran y se consienten ejemplos de odio contribuyen
a retroalimentar conductas basadas en éste.
Pero la violencia no debe ser un comportamiento
propio del ser humano y las instituciones en todas las escalas sociales, tienen
que poner medidas para frenarla y prevenirla.
Ahora más que nunca es necesario educar en valores
en la familia y en el colegio. Afortunadamente son cada vez más numerosos los
centros educativos que se animan a instaurar programas de inteligencia
emocional para profesores y alumnos.
El odio es también un tipo de dolor, una enfermedad
de las emociones. Hace enfermar a quien lo siente. Perjudica la salud
física y mental de quien lo alberga; altera su estado de ánimo, genera estrés,
ansiedad y hasta depresión. El odio es el producto de resentimientos, es
contrario al amor.
No lleva a nada constructivo, sino que paraliza e
intoxica. Es como un veneno que corrompe las relaciones. Es un sentimiento que
puede resultar inagotable y tiene la capacidad de matar el alma de quien lo
padece.
El odio genera violencia y, por lo tanto, tiene que
ser abordado como un grave problema de salud de nuestra sociedad.
Nos impide vivir felices. Se trata de un parásito
emocional que se alimenta de nuestra energía y la de los demás.
No podemos olvidar que lo que nosotros sentimos no
depende del exterior, es nuestra responsabilidad manejar las emociones y que
todo aquello que ocurra a nuestro alrededor no perjudique nuestro bienestar
interior.
La vida significa tomar decisiones, ser feliz es
una de ellas, tal vez la más importante.
Nadie puede vivir feliz sintiendo odio hacia los
demás, así que destierra el odio de tu vida.
No te escondas detrás de excusas, atrévete a elegir
lo que te hace feliz y sobre todo a cambiar las cosas.
"Todo un mar de agua no puede hundir un barco a
menos que se meta dentro de la nave. Del mismo modo, la negatividad del mundo
no puede hundirte a menos que permitas que entre en ti."
Goi Nasu
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